¿De qué cojones se ríen?
Me importa
Aprendí siendo niño, que los humanos nos hicimos carnívoros por necesidad. Fue la última glaciación la que nos empujó a ello, ya que, al desaparecer la cubierta vegetal, no quedó otra alternativa que la caza; con lo cual, merced a la nueva dieta, se redujo el tamaño de nuestros molares (hasta ese momento, especializados en mascar granos y raíces) y se agudizaron nuestros caninos, convirtiéndonos en depredadores. Cosa que, al día de hoy, no hemos dejado de ser.
No obstante, ahora cabe plantearse otra cuestión: ¿Es lícito matar animales por placer?
Entiendo que es una barbaridad insostenible. Cabe que, para comer, si no existen alternativas, se pueda recurrir a a la caza, pero ¿alguien va a comerse un león? Está claro que no. Entonces... ¿por qué se hace?
Se hace por gusto, para inflar un ego estúpido y absurdo, para satisfacer una indecible vanidad de cazador; para colgar luego, en alguna pared, la majestuosa cabeza del felino, o para poner su piel frente a la chimenea y, apoyando los pies sobre ella, jactarse de haber matado (en desigual contienda) al mítico rey de la selva.
Pero... ¿en realidad, alguien puede disfrutar arrebatando una vida por capricho?
¿Es o no es, la nuestra, una sociedad profundamente enferma?
(*) Estos hechos ocurrieron el pasado 6 de julio en una cacería nocturna en el Parque Nacional de Hwange, en el oeste de Zimbabue.
Ciudadano Plof
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