Deberíamos usar las neuronas que aún nos queden y rebelarnos, para dejar de seguirle el juego de una puñetera vez a tanto invento consumista: que si el Día de los Enamorados, que si el Día del Padre, que si el Día de la Madre... todo para empujarnos a comprar, comprar y comprar sin medida y sin tino.
Hoy, 14 de febrero, aprovechando que la liturgia celebra la festividad de San Valentín, fecha en la que, al parecer, dicho personaje fue ejecutado por haber transgredido la prohibición del emperador Claudio II de casar a los soldados romanos, se monta un mercadeo tal en torno a los enamorados que, muchas veces, raya en la estupidez a la hora de regalar cosas absurdas e inútiles.
El hecho de regalar algo, en un intento de quedar bien con la pareja, sólo porque, descaradamente, nos lo imponen, aunque el resto del año estemos a la greña, resulta hasta patético. Inundarlo todo del rojo color de la pasión: tartas, bombones, lazos, tarjetas, peluches, rosas, corazones... no pasa de ser una cursilada, y por ende, un culto al consumismo.
Cada cual debería actuar en conciencia, libremente, sin rendirse a presiones sociales, y celebrar su amor cuando le venga en gana, sin necesidad de regalos ni puñetas, sólo ofreciendo cariño a quién se ama. Los seres humanos estamos necesitados de besos, caricias, apoyo, comprensión... ¡no de trastos!
¡Ah! Lo del título. Ya se me olvidaba:
Son los comerciantes de tantísimos productos inútiles, que se forran, poniéndose morados a nuestra costa.
Ciudadano Plof
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