El dominico Giordano Bruno, sacrificado en la hoguera por la Inquisición en 1600, dijo:
«Las religiones no son más que un conjunto de supersticiones útiles para mantener bajo control a los pueblos ignorantes».
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Voltaire, filósofo francés, ciento cincuenta años después, escribía:
«La religión existe desde que el primer hipócrita encontró al primer imbécil»...
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Ahora, este ciudadano, quiere atreverse a razonar la cuestión religiosa desde su óptica personal; hablarles de la liberación que supone para la conciencia, haberse quitado de encima esa rémora insufrible de normas, dogmas, pecados, rituales y demás trapisondas que no dejan evolucionar al ser humano en su justa medida.
Estoy convencido de que si no fuera por las religiones que, durante milenios, han enfrentado a los pueblos unos contra otros, causando, siempre en nombre de algún dios, la mayoría de las guerras que han azotado el mundo, otro gallo le habría cantado a la humanidad. Porque más allá de credos, razas y culturas, en nuestro subconsciente subyace un afán de trascendencia como especie; algo que las grandes religiones, no están dispuestas a permitir, ya que, desde que los individuos adquiramos ese nivel de conciencia, entenderíamos lo innecesarias que resultan, y entonces se les derrumbaría el chiringuito.
¿Me explico?
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