4/8/17

EL FRANQUISMO Y LA ACADEMIA (1ª PARTE)

El sabio, el tuerto y la esposa del diablo


Suele decirse que el grito de “Muera la inteligencia” lanzado por Millán Astray contra Unamuno en Salamanca fue un exabrupto o una irreflexiva salida de tono. Más bien resultó ser el anuncio de un programa de depuración

Unamuno saliendo de la Universidad de Salamanca 
tras su enfrentamiento con Millán Astray en octubre de 1936

El viejo estaba allí. Y habló. Vaya, ya lo creo que habló. Dijo lo que nadie más se atrevió a decir. Y lo dijo bien.

Miguel de Unamuno

Entre el público estaba el tuerto, a quien además le faltaba un brazo. Echaba chispas, el tuerto. Dicen que ese día gritaba mucho. Daba golpes y gruñía como una mala bestia. Se lo llevaban los demonios escuchando al viejo.

José Millán Astray

Había un obispo catalán, el primero que escribió que todo aquello era una Cruzada, que la Ciudad de Dios combatía a la Ciudad del Diablo. Pero allí estaba la esposa del diablo. La llamaban la Alta Dama o la Alta Señora. Al final el viejo tuvo que agarrarse del brazo de la Señora para que no lo linchasen allí mismo. Su marido, en cambio, no tendría tanta clemencia. Pero ya llegaremos a eso.

Carmen Polo

Conocemos a los personajes. Conocemos los hechos. Sabemos cómo empieza y cómo termina esta historia. El viejo (o el sabio) se llamaba Miguel de Unamuno. Era rector perpetuo de la Universidad de Salamanca, pero el título solo le iba a durar unas semanas. El tuerto (o el manco) era José Millán-Astray y Terreros. Todavía hoy muchos lo conocen por ser el fundador de la legión. Muy pocos, en cambio, saben que también fue el fundador de Radio Nacional de España. La mujer es María del Carmen Polo y Martínez-Valdés, aunque ese nombre a esas alturas nos dice muy poco. Durante los cuarenta años que siguen será conocida como Carmen Polo de Franco: “La Collares”. O, sencillamente,"La Señora".



Se ha escrito mucho sobre aquella mañana del día de la Hispanidad (todavía Día de la Raza). Es una de esas leyendas de la Guerra Civil que se han contado tantas veces que casi han perdido su significado. Aunque quizás por ello mismo convenga recordarla.

Universidad de Salamanca
La guerra civil tuvo para la Universidad efectos similares a los de una bomba atómica. A la destrucción inicial habría que sumarle varias décadas de radiaciones

12 de octubre de 1936. La Guerra Civil apenas cumple su cuarto mes. Las tropas sublevadas contra el Gobierno de la República avanzan rápido. Unas semanas antes, el 28 de septiembre, el general africanista Francisco Franco ha sido nombrado en Salamanca Jefe de los ejércitos “Generalísimo”.

Francisco Franco

A partir de esa fecha la ciudad será sede de su cuartel general, la primera capital (más tarde lo será Burgos) del bando fascista. La celebración del descubrimiento de América, Fiesta de la Raza, ha de ser por tanto por todo lo alto. Salamanca ya ha dejado de ser la primera universidad del país, pero todavía mantiene un prestigio y una influencia determinantes, en gran medida debido precisamente a la figura de Unamuno.

Catedral de Burgos (años 30)

Sin caer en la exageración, el viejo es con diferencia el intelectual más respetado en España. Anda por los setenta y dos años y ha visto ya varios cambios de régimen. El sabio ha vivido las guerras carlistas. Tres veces ha sido rector de la Universidad de Salamanca y en dos ocasiones ha sido destituido por razones políticas. Pronto va a sumar la tercera. Resumiendo mucho: le gustaba meterse en líos. Sin importarle el color del gobierno, siempre ha sido incómodo para el poder. Ha conocido el destierro por injurias al rey Alfonso XIII y por insultar a Primo de Rivera (“fantoche real y peliculero tragicómico”). También ha contribuido como pocos a la caída de la monarquía, hasta el punto de proclamar desde el balcón del Ayuntamiento la llegada de la República el 14 de abril de 1931. Comenzaba, según sus palabras, “una nueva era y termina una dinastía que nos ha empobrecido, envilecido y entontecido”.

Proclamación de la II República Española

Desde aquel día ha llovido mucho. El sabio no oculta ahora su decepción por la marcha de la República ni su desprecio visceral hacia el presidente Azaña (“Cuidado con Azaña, es un escritor sin lectores y será capaz de hacer una revolución para tenerlos”). Y sí, Unamuno se contradecía a sí mismo unas nueve veces al día y rara vez se casaba con nadie. Hasta ese momento, no obstante, Franco y el resto de militares sublevados no pueden estar más contentos. El cerebro más reconocido del país les daba su apoyo. Con matices, claro. Unamuno siempre fue incómodo. Lo iba a demostrar una última vez, aunque a cambio descubriría que, a diferencia de lo ocurrido en los años veinte, lo que llegaba con Franco no era una segunda versión de la dictadura de Primo de Rivera. Posicionarse en su contra no se resolvía con cuatro meses de destierro en Fuerteventura.

Manuel Azaña

Pasemos ahora al escenario. Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Filas a rebosar. Se conservan las imágenes de ese día. Falangistas, soldados, personalidades, catedráticos. Era un acto protocolario, pero importantísimo. A nadie se le escapa la necesidad de contar con el respaldo del mundo académico. Y las palabras del viejo con cara de búho contaban mucho, dentro y fuera de España. Y sin embargo, nada va a seguir el guión previsto. Tras la misa de rigor, llega el acto académico. Todo está preparado para el espaldarazo definitivo al alzamiento. No vamos a aburrirnos con los discursos. La secuencia sigue así. Primero le toca el turno a Unamuno. Es un saludo de cortesía. Dice que prefiere no hablar: “Me conozco cuando se me desata la lengua”


Le siguen el catedrático José María Ramos Loscertales, el dominico Vicente Beltrán de Heredia, el catedrático Francisco Maldonado de Guevara. Cierra las charlas el presidente de la comisión de Cultura y enseñanza, José María Pemán. Las dos primeras intervenciones siguen los cauces esperados. Unamuno escucha sereno la chatarrería verbal de la época: loas a España, vivas al Caudillo, denuncias del marxismo, la masonería, el judaísmo, el bolchevismo.

José María Pemán

Cuando llega el discurso de Francisco Maldonado de Guevara, los ánimos de la audiencia andan desatados. Lo que se escucha a continuación rompe incluso la escala de la estupidez.

Francisco Maldonado de Guevara

Maldonado habla de catalanes y vascos como “cánceres en el cuerpo de la nación” que “el fascismo, sanador de España, sabrá cómo exterminar, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos”. El público, lejos de horrorizarse, rompe en gritos. Se oyen los “vivas” de Millán Astray. Los falangistas aplauden extasiados.

CONTINUARÁ...

FUENTE: ctxt.es
Miguel de Lucas
26/07/2017

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