23/2/10

¡CON OCHO BASTA!

Cuando oigo hablar en este país, de democracia y de pueblo soberano, me entra la risa tonta. Supongo que debe ser cosa de la edad; a unos se les afloja la vejiga, a otros la cabeza, y a mí, por lo visto, se me han aflojado los músculos faciales.

Miro a mi alrededor y veo a los mismos políticos de siempre, a sus hijos, nietos, sobrinos, primos, y demás familiares, como si fuera la retahíla de una esquela interminable; sólo faltan los amigos y personas piadosas. Y entonces me entra otra vez la risa tonta. Se me aflojan sin remedio los cigomáticos, el risorio y el buccinador. Cosas de la edad, repito. Y caigo en… (perdonen, he tenido un lapsus) El comienzo de esa frase me toca el corazón. Indefectiblemente me recuerda a Neruda y a mi querido amigo Manuel Picón: “Y caigo en el vacío de tu sábana blanca”.

Y caigo, decía, en la connivencia de la clase política con la Banca y con la Patronal, con la aquiescencia, en muchas ocasiones, de los que se supone son nuestros legítimos representantes: los sindicatos, principalmente los mayoritarios.

“¿Alguien sabe
donde viven?

¿En su sitio
alguien los vio…?”

Pues… practicando la técnica del avestruz. Qué sí no. Con la que está cayendo sobre la clase trabajadora, han estado mudos y desaparecidos en combate, hasta que el gobierno les ha echado un capote con la parida de la jubilación a los 67 años, lo que les va a permitir adquirir de nuevo cierto protagonismo, que no sé si servirá para puñetera cosa. Porque están tan descafeinados, de tanto arrimarse al poder, que si ahora mismo convocaran una huelga, no iría ni el gato. Y lo saben.

Aún resuena en mi memoria el eco de un viejo profesor, explicándonos, desde la humedad borrosa de sus ojos, el significado exacto de aquella palabra: democracia.


¡Ja!… Permítanme que me carcajee. Eso aquí no existe. Aunque nos lo quieran hacer creer por activa, por pasiva y por perifrástica. Aquí lo único que existe es una “Mamocracia”, con los mismos de siempre chupándonos la sangre. Y nosotros, mansos y serviles, hasta llegamos a sentimos contentos con las misérrimas limosnas que obtenemos a cambio, soñando con alcanzar su status y poder ser "mamócratas" algún día. Y es que nos han convencido de que el dinero todo lo puede, y que la felicidad se limita a conjugar continuamente ese verbo: comprar.

Cuando los mismos individuos se apoltronan a perpetuidad, con nuestros votos, (¡es qué “manda carallo”!) en los cargos políticos, llegan a creerse a pies juntilla, que ese monte de orégano es de su exclusiva propiedad, para uso y disfrute de los suyos, y es entonces, cuándo el sistema social se vicia y la corrupción se instala. Múltiples años de favores, chanchullos, nepotismo, generan esos lodos que, luego, son tan difíciles de limpiar.

Pero… ¿Y cuándo vamos a espabilar? ¿Cuándo vamos a quitarnos a tanto parásito de encima? ¿Por qué no aprovechamos la formidable herramienta que es la Red, para llegar a todos los ciudadanos e intentar convencerlos de hacer verdadera presión para cambiar la ley; echarnos a la calle, todos a una como Fuenteovejuna, para lograr que nadie, absolutamente nadie, pueda estar en ningún puesto político por más de 8 años, ya sea presidente de la nación, de autonomía, alcalde o concejal?... ¿Cuándo?

Ciudadano Plof

18/2/10

¡DIOS MÍO! ¿QUÉ HEMOS HECHO?

No está claro quién, de los doce tripulantes del bombardero B-29 estadounidense “Enola Gay”, pronunció esa frase, cuando 45 segundos después de haber soltado su mortífera carga, ya a trece kilómetros de distancia, vieron elevarse aquel hongo monstruoso que devastaría por completo la ciudad de Hiroshima, causando más de 80.000 muertos, 40.000 heridos y una serie de terribles malformaciones genéticas en la descendencia de los supervivientes.

“Little Boy”, la primera bomba atómica lanzada contra una población, marcó para siempre a esta humanidad con una fecha fatídica: el 6 de agosto de 1945. Pero no sería la única; tres días más tarde, desde otra fortaleza volante, una segunda bomba: “Fat Man”, arrasaría también la ciudad de Nagasaki. De esta ocasión no quedó ninguna frase para la posteridad, ni tan siquiera el nombre del avión: “Bockscar” nos resulta familiar, pero hay otro dato que todos deberíamos conocer: El oficial William Eatherley, encargado de facilitar la información del tiempo en ese fatídico vuelo, pasaría el resto de su vida recitando partes meteorológicos en un manicomio de Waco, Texas.

El efecto arrasador de la bomba, lo relata como nadie Charles R. Pellegrino en su obra 'Last train from Hiroshima':

“La bomba entregó por fases sus devastadores efectos, calentó los huesos hasta hacerlos incandescentes, separó tendones y músculos, extrajo el hierro de la sangre, transformó carne y grasa en carbono, catapultó hacia la estratosfera el resto gaseoso de los que acababan de tomar su última bocanada de aire y vitrificó la silueta de quienes estaban en su radio de acción más cercano. La brutal onda expansiva y las posteriores tormentas radioactivas remacharon la destrucción.”

¿Era necesaria esa demostración apocalíptica de fuerza, cuando Japón estaba ya prácticamente arrodillado?

¿Por qué se hizo sobre ciudades y no sobre asentamientos militares, o sobre lugares deshabitados?

¿No sería más una manifestación de poder, dirigida a la Unión Soviética, que se postulaba como el enemigo del futuro, que a un Japón ya en agónicas condiciones?

Quién lo sabe.


Ciudadano Plof